miércoles, 2 de julio de 2008

“Aquí tenéis a la dichosa Alemania”.



Casi todos los soldados soviéticos tienen bien grabado en la memoria el momento en que
cruzaron lo que había sido la frontera alemana antes de 1939.

“Salimos en formación de un bosque—recuerda el teniente superior Klochkov, que a la sazón se hallaba en el tercer ejército de choque—, y vimos una placa clavada a un poste que rezaba: “Aquí tenéis a la dichosa Alemania”.

Según entramos en el territorio del Reich de Hitler, los soldados comenzaron a mirar a todos lados con curiosidad.
Las aldeas alemanas eran, en muchos sentidos, diferentes de las polacas.
La mayoría
de las casas estaba construida de ladrillo y piedra, y en sus jardincillos crecían árboles frutales podados con gran esmero. Las carreteras eran buenas”.

Klochkov, como la mayor parte de sus compatriotas, no se hacía una idea de por qué los alemanes, “que no eran precisamente gente irreflexiva”, habían arriesgado tantas vidas prósperas y tranquilas para invadir la Unión Soviética.

Más adelante, en la misma carretera que llevaba a la capital del Reich, Vasily Grossman acompañaba a parte del 8º ejército de guardias, enviado desde Poznan con el fin de que marchase en primer lugar.

El departamento político había colocado pancartas al lado del camino en las que podía
leerse: “¡Temblad, fascistas alemanes! ¡Ha llegado el día del juicio!”.

El escritor se hallaba entre ellos cuando saquearon la ciudad de Schwerin y anotó con lápiz en una libretita todo lo que vio:

“No hay nada que no sea pasto de las llamas... Una anciana salta desde la ventana de un edificio devorado por el fuego... Los soldados saquean cuanto pueden... La noche está iluminada porque todo está ardiendo... En el despacho del comandante [de la ciudad], una mujer vestida de negro y con los labios muertos habla en un tono débil, casi en un susurro.
Con ella hay una niña que tiene cardenales en el cuello y la cara, un ojo hinchado y terribles magulladuras en las manos.
La ha violado un soldado de la compañía de señales del cuartel general, también presente; un hombre de rostro rechoncho y rubicundo y aspecto somnoliento. El comandante los está interrogando a todos”.

Grossman pudo ver asimismo “el horror que asomaba a los ojos de mujeres y niñas... Las mujeres alemanas están viviendo experiencias terribles. Un hombre culto relata con gestos expresivos y balbuciendo palabras en ruso que su esposa había sido violada por diez hombres ese día...

Las muchachas soviéticas liberadas de los campos de concentración también están sufriendo sobremanera. Anoche algunas se escondieron en la sala habilitada para los corresponsales. A mitad de la noche nos despiertan unos gritos: uno de los corresponsales no ha podido contenerse. Después de una animada discusión, se restablece el orden”.

El novelista anotó entonces lo que había oído acerca de una joven madre a la que no paraban de violar en el cobertizo de una granja.

Sus familiares acudieron para rogar a los soldados que la dejasen descansar a fin de que pudiera amamantar a su hijo, que no dejaba de llorar.

Todo esto sucedía al lado de un cuartel general y ante los ojos de los oficiales que se suponían responsables de la disciplina.

Antony Beevor - B e r l í n . L a c a í d a 1 9 4 5

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