domingo, 9 de noviembre de 2008
Hugo Boss
Los uniformes nazis, en un primer momento, producen cierto rechazo pero sí son sacados del contexto que significan y vemos con detalle encontramos que tiene su atractivo.
El Tercer Reich no dudó en cuidar su imagen como estrategia en su ascenso al poder, hoy sería considerado parte de un marketing estudiado.
Durante los años anteriores a la guerra (1933-39), el Reich se obstinaba en marcar una línea elegante en el vestuario militar, ya que la riqueza y la variedad de los uniformes de los distintos cuerpos militares era un arma propagandística para mostrar a todo el mundo el ordenamiento del poder alemán.
Un Aviso Publicitario.
En 1933, en el periódico del pueblo, el Alb-Neckar-Zeitung, se puede leer el siguiente anuncio:
”Uniformes de las SS, las SA y las HJ. Ropa de trabajo, de deporte y de lluvia.
La hacemos nosotros mismos, con calidad buena y reconocida y a buenos precios.
Boss. Ropa mecánica y de trabajo, en Metzingen.
Firma homologada por las SA y las SS. Uniformes con la licencia del Reich”.
La autoría de este anuncio se debe atribuir a Hugo Boss, el fundador y dueño de esta pequeña fábrica de Metzingen.
La Sastrería de Hugo.
Hugo Boss creó su taller de confección en 1923.
Pero el negocio no es rentable y en 1931 está a punto de fallar. Boss no puede pagar a los 22 trabajadores y la fabricación de impermeables y de ropa de trabajo no tiene mucha salida.
Pero los tiempos cambiaban en Alemania al empezar la década de los 30.
En Metzingen, una población situada al sur de Stuttgart, un pequeño taller de sastrería no deja perder la oportunidad y se une a la causa nazi.
El NSDAP, el Partido Nacional Socialista Alemán, consigue importantes cuotas de poder y Hugo Boss no duda en afiliarse. Lo hará el 1 de abril de 1931, con el número 508.889.
Con el carné nazi en la mano, el sastre de Metzingen cambia la estrategia comercial, enfocándola hacia las Fuerzas Armadas y a las nuevas SA, SS y HJ: las Fuerzas de Asalto (Sturmabteling, o SA) habían nacido en los inicios de los años 20 para proteger a los oradores nazis en las concentraciones públicas.
Eran conocidos como los “camisas pardas”. Hugo Boss empezó a fabricar camisas de este color.
En marzo de 1923 aparecían las Fuerzas de Defensa (Schutzstaffel, o SS). Eran los “camisas negras”. Boss tomó buena nota. Y en 1926 sacaban la cabeza las Juventudes Hitlerianas (Hitlerjugend, o HJ).
Se necesitaba ropa para vestir a todo este movimiento que en 1934 tenía tres millones y medio de miembros. El negocio era redondo y Hugo Boss no lo dejó escapar.
Abandona la fabricación de ropa civil para teñir su producción de negro y de marrón.
Y si hacemos caso de las cifras, las cosas le fueron inmejorablemente: en 1934 adquiere una empresa que se dedica a fabricar pañuelos, en 1939 compra una fábrica de telas y la empresa ya cuenta con 99 trabajadores y, en 1945, dispone de 128
Ropa para la Causa.
Durante la guerra, Hugo Boss ampliará su cartera de clientes con la Wehrmacht, el ejército alemán. Boss colaboró en la uniformidad del ejército de tierra alemán el Heer.
En el taller de Metzingen llegaron pedidos de la Sección de Vestuario (Bekleidung) del Estado Mayor (Stab), perteneciente a la Oficina de Asuntos Generales del Ejército (Allgemeines Heeresamt).
Este departamento controlaba la logística del vestuario de los soldados alemanes y ordenaba las normas relativas a la uniformidad.
Estas decisiones estaban perfectamente estudiadas e incluso aparecían explicadas en diversas publicaciones periódicas, como el “Boletín de Informaciones Generales del Ejército” (Allgemeine Heeresmitteilungen) y el “Boletín de Disposiciones del Ejército” (Heeres-Verordnungsblätter).
En estas publicaciones de definía la estética de los uniformes y el tipo de ropa que se debía utilizar en función del momento y de las circunstancias concretas.
También se estipulaba el número de piezas de ropa que se debían entregar a cada soldado o el término de renovación de éstas.
Por obra y gracia del nazismo, el taller de Metzingen deja atrás la delicada situación económica y se convierte en la segunda compañía textil más importante de Alemania durante la II Guerra Mundial.
Reducciones de Calidad
Los gastos en armamento comportaron una reducción del presupuesto en el diseño y la confección de la ropa militar.
Si en los años 30, los uniformes de las SS, la SA, las HJ y la Wehrmacht estaban fabricados con una mezcla de fibras y lana, durante la II Guerra Mundial, la lana reciclada se convirtió en el elemento básico de los uniformes.
Las necesidades de vestuario del ejército alemán nunca se satisficieron completamente por la escasez de materias primas.
Así se entiende que las tropas nazis requisaran toneladas de ropa en todas aquellas ciudades y países que ocupaban.
La logística nazi era excepcional y la diversidad del vestuario del III Reich era una mina para un sastre que estuviera bien conectado con el aparato.
Y es que el vestuario tipo del militar alemán podía tener hasta 8 uniformes distintos: el de campaña, el de servicio o diario, el de guardia, el de parada, el de presentación, el de paseo, el de trabajo, el deportivo y el de sociedad, este último solo para los oficiales.
Mano de Obra Esclava
La escasez de mano de obra durante el conflicto bélico no fue un obstáculo para el espectacular reflotamiento de la empresa.
Hugo Boss no dudó en utilizar mano de obra de trabajadores forzados del extranjero, sobre todo de mujeres polacas, país anexionado por el III Reich.
Las SS facilitaron a Boss la incorporación de 20 polacos provenientes de campos de concentración.
De hecho, esta situación estaba generalizada en la industria alemana entre 1939 y 1945.
Se calcula que en 1944, en Alemania y Austria, unos ocho millones de civiles (mayormente provenientes de Polonia y Rusia) trabajaron en contra de su voluntad para la industria del Reich.
Además, la ley nazi prohibía que los trabajadores autóctonamente alemanes ayudasen a sus nuevos “compañeros”. Ignoramos que actitud mostró Hugo Boss hacia sus subordinados extranjeros, pese que una huelga de hambre por parte de un grupo de polacas del taller de Metzingen hace pensar que la situación no debía ser muy agradable, sino todo lo contrario.
También se ha comprobado que entre 1940 y 1941, trabajaron 30 prisioneros franceses.
Igual Profesión, Diferente Suerte.
Evidentemente, no todos los sastres de Alemania corrieron la misma suerte que Boss.
Por ejemplo, en la misma Metzingen había una familia de fabricantes textiles judíos, los Herold, que mantenían una buena amistad con Boss.
Se trataba de una familia burguesa bien acomodada (el jefe de la familia tenía una Cruz de Hierro ganada en la I Guerra Mundial), que nunca pensó que después de la Noche de los Cristales Rotos de noviembre de 1938, los nazis los pondrían en su punto de mira y destrozarían sus fábricas.
Después de estos incidentes, la familia Herold huyó a Holanda, país posteriormente ocupado por los nazis, y en donde fueron capturados y ejecutados.
El pasado de Hugo Boss está ratificado por la memoria de Albert Fischer, un viejo comunista de 88 años, natural de Metzingen, que estuvo 5 años y medio encerrado en el campo de concentración de Buchenwald a causa de sus ideas políticas. Fischer conocía suficientemente bien a Hugo Boss y no ha dudado en confirmar las maniobras del confeccionista textil durante los años del nazismo.
Siegfried Boss, admitió en declaraciones a un semanario austriaco que su padre había sido miembro del partido nazi, pese que esgrimió que esta era una situación generalizada durante la II Guerra Mundial, ya que toda la industria alemana trabajaba para el Führer y para los nazis.
Cambiando La Imagen
En 1945, Hugo Boss fue declarado “beneficiario” del régimen nazi y su empresa fue calificada de “importante” en el entramado económico de la dictadura de Adolf Hitler, dos condiciones que comportaron que Boss perdiera el derecho al voto y una multa de 80.000 marcos (equivalentes a unos € 270.000).
Este importe ,se presume, lo pagó con el dinero obtenido gracias a la venta de grandes cantidades de seda para paracaídas, que Boss había comprado en el mercado negro durante la II Guerra Mundial.
De nada le sirvió la limpieza de la empresa, reciclada en la fabricación de uniformes para los trabajadores ferroviarios y de correos, ni el recurso que presentó a los tribunales de justicia.
Hugo Boss nunca obtuvo el perdón del Gobierno de la nueva República Federal de Alemania y murió en 1948 con el nombre manchado por la ignominia.
Tras la muerte del fundador, Siegfried Boss y Eugen Holly, yerno del fundador, tomaron las riendas del negocio y lo orientaron hacia “los triunfadores y los jóvenes hombres de negocios”, según reza la publicidad de la marca del año 1953.
Los nietos de Boss, Uwen y Jochen Holy, continuaron el trabajo con nuevas colecciones que combinaban la formalidad, el sentido de la moda y la calidad.
Quedan para la historia las maniobras de un diseñador que hoy está asociado a las camisas blancas de categoría, pero que un día se dedicó a fabricar camisas marrones y negras en beneficio de una causa responsable de uno de los peores genocidios conocidos.
Fuentes :Revista Sàpiens (Agosto 2003): Hugo Boss, el sastre de les SS por Jordi Finestres,Ferran Gallego.
Hugo Ferdinand Boss (1885-1948) und die Firma Hugo Boss Eine Dokumentation. Der Elisabeth Timm M.A.
Vista de los Suburbios de Stalingrado en Llamas
Stalingrado 1941
Mientras los bombarderos de Richthofen machacaban Stalingrado, la punta de lanza acorazada de la 16ª división blindada había avanzado virtualmente sin oposición a través de la estepa a lo largo de casi 40 km.
«En torno a Gumrak –se registraba en la división- la resistencia del enemigo se hizo más fuerte y los cañones antiaéreos comenzaron a disparar desaforadamente contra nuestros vehículos acorazados desde el extremo noroeste de Stalingrado».
La resistencia provenía de las baterías operadas por jóvenes voluntarias, apenas
salidas de la secundaria.
Pocas habían disparado cañones antes, debido a la escasez de municiones y ninguna había sido entrenada para apuntar a blancos terrestres.
Cambiaron de objetivo, dejando a los bombarderos sobre la ciudad, cuando vieron los blindados,cuyas tripulaciones «parecían pensar que estaban en un paseo dominical».
Las jóvenes artilleras furiosamente bajaron las palancas, poniendo los cañones a la altura de cero,los cañones antiaéreos de 37 mm eran copias bastante toscas de los Bofors- y apuntaron a los vehículos de la vanguardia.
Los tripulantes de los blindados rápidamente superaron la sorpresa inicial y se
desplegaron para atacar algunas baterías.
Los Stukas pronto llegaron para dar cuenta de las demás.
Esta batalla desigual era contemplada con angustia por el capitán Sarkisian,
el comandante de un batallón de morteros pesados soviético, que más tarde relató lo que vio al escritor Vasili Grossman.
Cada vez los cañones antiaéreos quedaban en silencio,Sarkisian exclamaba: «¡Oh, están acabados ya! ¡Los han barrido!».
Pero cada vez,después de una pausa, volvían a disparar los cañones.
«Ésta –declaró Grossman- fue la primera página de la defensa de Stalingrado».
La punta de lanza alemana avanzó sobre los últimos kilómetros.
Alrededor de las cuatro de la tarde, cuando el sol de agosto se estaba suavizando, alcanzaron el Rinok, al norte de Stalingrado, y allí «los soldados de la 16ª división divisaron el Volga, fluyendo a la derecha ante sus ojos».
Apenas podían creerlo. «Habíamos comenzado temprano por la mañana en el Don recordaba uno de los comandantes de compañía de Strachwitz y luego estábamos en el Volga».
Alguien en el batallón sacó una cámara y tomaron fotografías de cada uno, de pie sobre sus vehículos, mirando con los binóculos a la lejana orilla.
Fueron incluidas en el archivo del cuartel general con la leyenda:«¡Llegamos al Volga!».
El fotógrafo, volviendo la cámara al sur, tomó otras fotos de recuerdo.
Una mostraba las columnas de humo de las incursiones de la Luftwaffe y se registró como «Vista de los suburbios de Stalingrado en llamas»
A Dios Rogando.............
Creta 1941
Aunque los cretenses tenían una gran tradición de resistencia orgullosa contra los turcos, la ferocidad, temeridad y coraje de que hicieron gala en 1941 recordaban sobre todo al levantamiento del 2 de mayo en Madrid contra las fuerza napoleónicas, a la «guerra al cuchillo».
Algunos sacerdotes condujeron a sus feligreses al combate.
El padre Stilianos Frantzeskakis, al enterarse de la invasión aérea, se fue corriendo a la iglesia para tañer la campana.
Cogió un rifle y dirigió a los voluntarios que había congregado hacia el norte de Paleojora.
Después luchó contra los destacamentos de infantería motorizada alemanes cuando éstos llegaron a Kándanos.
Un oficial de inteligencia del cuartel de la 14ª brigada de infantería recordaba a varios curas con gran puntería (y, por consiguiente, «excelentes colegas») que debieron participar sin duda alguna en el combate.
En estos primeros embates, la gente se paseaba con un fusil pegado a la pernera, al acecho de una oportunidad de hacer prácticas de tiro contra algún paracaidista alemán.
En Rézimno, Ray Sandover, uno de los comandantes australianos de batallón, vio, el segundo día de batalla, a un monje armado con un fusil y un hacha atada a la cintura.
El tercer día, el mismo monje apareció acompañado por un chaval, que le ayudaba a portar las armas, es decir, una ametralladora ligera y otros trofeos que había ganado en la lucha contra los paracaidistas.
También durante la primera mañana, una de las compañías del 2° batallón del regimiento de asalto, que había aterrizado a varios kilómetros al suroeste de Máleme, fue sorprendida por irregulares cretenses cuando se disponía a afianzar su control sobre el puerto de Kukuli.
Pero el episodio más feroz de toda la batalla tuvo que ver con el destacamento del teniente Mürbe.
Este grupo, formado por setenta y dos hombres, había caído en los alrededores de Kasteli Kisamu y su misión consistía en tomar el puerto. Pero recibió la salvaje acometida del l.er regimiento griego y de las irregulares cretenses.
Mürbe y cincuenta y tres de sus hombres fueron abatidos v el resto, capturados. Varios cadáveres alemanes fueron troceados por los civiles, pero no hay pruebas de que numerosos paracaidistas heridos fueran torturados y mutilados mientras estaban vivos, como alegaron Goering y Goebbels.
Los alemanes, ofuscados por la predicción de los servicios de inteligencia de que los cretenses les darían la bienvenida, se llevaron una sorpresa mayúscula. Y la magnitud de sus bajas los enfureció.
Tan sólo el primer día perdieron a 1.856 paracaidistas. Esa cifra debió ascender a dos mil cuando los heridos graves hubieron muerto.
Resulta imposible calcular a cuántos habían matado los cretenses, pero la conmoción que eso supuso para los alemanes es indudable.
Esperaban que su enemigo se desmoronara ante la llegada de lo que gustaban en denominar Furor Teutonicus, inspirándose en la «furia española» de la infantería hispánica del siglo XV.
La resistencia civil, una tradición muy arraigada en la historia de Creta, ofendió tan profundamente el sentido prusiano del orden militar que se desencadenaron represalias brutales contra la población local.
Beevort;Crete, The Battle and the Resístame
Aunque los cretenses tenían una gran tradición de resistencia orgullosa contra los turcos, la ferocidad, temeridad y coraje de que hicieron gala en 1941 recordaban sobre todo al levantamiento del 2 de mayo en Madrid contra las fuerza napoleónicas, a la «guerra al cuchillo».
Algunos sacerdotes condujeron a sus feligreses al combate.
El padre Stilianos Frantzeskakis, al enterarse de la invasión aérea, se fue corriendo a la iglesia para tañer la campana.
Cogió un rifle y dirigió a los voluntarios que había congregado hacia el norte de Paleojora.
Después luchó contra los destacamentos de infantería motorizada alemanes cuando éstos llegaron a Kándanos.
Un oficial de inteligencia del cuartel de la 14ª brigada de infantería recordaba a varios curas con gran puntería (y, por consiguiente, «excelentes colegas») que debieron participar sin duda alguna en el combate.
En estos primeros embates, la gente se paseaba con un fusil pegado a la pernera, al acecho de una oportunidad de hacer prácticas de tiro contra algún paracaidista alemán.
En Rézimno, Ray Sandover, uno de los comandantes australianos de batallón, vio, el segundo día de batalla, a un monje armado con un fusil y un hacha atada a la cintura.
El tercer día, el mismo monje apareció acompañado por un chaval, que le ayudaba a portar las armas, es decir, una ametralladora ligera y otros trofeos que había ganado en la lucha contra los paracaidistas.
También durante la primera mañana, una de las compañías del 2° batallón del regimiento de asalto, que había aterrizado a varios kilómetros al suroeste de Máleme, fue sorprendida por irregulares cretenses cuando se disponía a afianzar su control sobre el puerto de Kukuli.
Pero el episodio más feroz de toda la batalla tuvo que ver con el destacamento del teniente Mürbe.
Este grupo, formado por setenta y dos hombres, había caído en los alrededores de Kasteli Kisamu y su misión consistía en tomar el puerto. Pero recibió la salvaje acometida del l.er regimiento griego y de las irregulares cretenses.
Mürbe y cincuenta y tres de sus hombres fueron abatidos v el resto, capturados. Varios cadáveres alemanes fueron troceados por los civiles, pero no hay pruebas de que numerosos paracaidistas heridos fueran torturados y mutilados mientras estaban vivos, como alegaron Goering y Goebbels.
Los alemanes, ofuscados por la predicción de los servicios de inteligencia de que los cretenses les darían la bienvenida, se llevaron una sorpresa mayúscula. Y la magnitud de sus bajas los enfureció.
Tan sólo el primer día perdieron a 1.856 paracaidistas. Esa cifra debió ascender a dos mil cuando los heridos graves hubieron muerto.
Resulta imposible calcular a cuántos habían matado los cretenses, pero la conmoción que eso supuso para los alemanes es indudable.
Esperaban que su enemigo se desmoronara ante la llegada de lo que gustaban en denominar Furor Teutonicus, inspirándose en la «furia española» de la infantería hispánica del siglo XV.
La resistencia civil, una tradición muy arraigada en la historia de Creta, ofendió tan profundamente el sentido prusiano del orden militar que se desencadenaron represalias brutales contra la población local.
Beevort;Crete, The Battle and the Resístame
miércoles, 2 de julio de 2008
Hitler kaputt, Stalin gut
El cielo nublado y la llovizna dejaron paso el martes, 17 de abril de 1945, a un tiempo más agradable, que permitió a los bombarderos Shturmovik atacar con mayor precisión las posiciones alemanas que quedaban sobre las cumbres de Seelow.
Los pueblos, las pequeñas aldeas y las granjas individuales diseminados desde el Oderbruch hasta la escarpadura seguían envueltos en llamas.
La artillería y la aviación soviéticas cerraban contra cualquier edificio por si acaso alojaba un puesto de mando, lo que traía consigo un olor fortísimo a carne chamuscada —humana, sobre todo en las aldeas, y de ganado en las granjas—.
El bombardeo de los caseríos y los posibles depósitos y cuarteles generales se tradujo en una terrible matanza de animales incapaces de escapar para evitar ser quemados vivos.
Tras las confusas líneas alemanas, los hospitales de campaña se hallaban a rebosar de heridos, de manera que los médicos no daban abasto para atenderlos a todos. Una herida en el estómago podía resultar tan agradable como una sentencia de muerte a suertes, ya que requería una intervención quirúrgica demasiado larga.
A los que más urgía el tratamiento era a aquellos que estaban en condiciones de seguir luchando.
De hecho, se destinó a una serie de oficiales para que recorriesen las instalaciones sanitarias a fin de reincorporar a los heridos capaces de disparar una arma.
La Feldgendarmerie improvisaba controles policiales con objeto de capturar a los rezagados, tanto a los sanos como a los que tuvieran lesiones leves, pues se les podía obligar a regresar al combate en compañías improvisadas.
En cuanto se lograba reunir un grupo más o menos nutrido, los enviaban a las primeras líneas. Además de “perros de traílla”, los soldados también llamaban a los miembros de la Feldgendarmerie Heldenklauen, o “garras épicas”, porque si bien no luchaban, hacían lo posible por agarrar a todo el que se retiraba.
Su celo brutal los llevaba a apresar a menudo a hombres que intentaban de verdad volver a incorporarse a sus batallones y que, en consecuencia, acababan formando parte de una misma unidad junto con rezagados y miembros de las Juventudes Hitlerianas que no contaban más de quince o dieciséis años y de los cuales algunos vestían aún pantalones cortos.
Para los soldados aún impúberes, se habían fabricado cascos de menor tamaño, aunque no en cantidades suficientes. Sus rostros tensos y pálidos apenas podían verse bajo los cascos que les caían muy por debajo de las orejas.
Un grupo de zapadores del tercer ejército de choque soviético que tenía la misión de
despejar un campo de minas se vio sorprendido por una docena de alemanes surgidos de una trinchera con la intención de rendirse.
De pronto, apareció un muchacho que se hallaba oculto en un búnker. “Llevaba puestas una larga gabardina y una gorra —recordaba el capitán Suljanishvili—.
Hizo una ráfaga de disparos con su metralleta, pero al ver que yo no caía, dejó caer el arma y rompió a sollozar, haciendo lo posible por gritar: Hitler kaputt, Stalin gut!.
Yo me eché a reír y le di un solo golpe en la cara. Pobres niños: me daban tanta pena...”.
Los más peligrosos de las Juventudes Hitlerianas eran a menudo los que habían visto sus hogares y a sus familias destrozados en el este a manos del Ejército Rojo.
Para ellos, la única vía posible parecía ser la de morir en la batalla después de haberse llevado consigo al mayor número posible de bolcheviques a los que tanto odio profesaban.
Los pueblos, las pequeñas aldeas y las granjas individuales diseminados desde el Oderbruch hasta la escarpadura seguían envueltos en llamas.
La artillería y la aviación soviéticas cerraban contra cualquier edificio por si acaso alojaba un puesto de mando, lo que traía consigo un olor fortísimo a carne chamuscada —humana, sobre todo en las aldeas, y de ganado en las granjas—.
El bombardeo de los caseríos y los posibles depósitos y cuarteles generales se tradujo en una terrible matanza de animales incapaces de escapar para evitar ser quemados vivos.
Tras las confusas líneas alemanas, los hospitales de campaña se hallaban a rebosar de heridos, de manera que los médicos no daban abasto para atenderlos a todos. Una herida en el estómago podía resultar tan agradable como una sentencia de muerte a suertes, ya que requería una intervención quirúrgica demasiado larga.
A los que más urgía el tratamiento era a aquellos que estaban en condiciones de seguir luchando.
De hecho, se destinó a una serie de oficiales para que recorriesen las instalaciones sanitarias a fin de reincorporar a los heridos capaces de disparar una arma.
La Feldgendarmerie improvisaba controles policiales con objeto de capturar a los rezagados, tanto a los sanos como a los que tuvieran lesiones leves, pues se les podía obligar a regresar al combate en compañías improvisadas.
En cuanto se lograba reunir un grupo más o menos nutrido, los enviaban a las primeras líneas. Además de “perros de traílla”, los soldados también llamaban a los miembros de la Feldgendarmerie Heldenklauen, o “garras épicas”, porque si bien no luchaban, hacían lo posible por agarrar a todo el que se retiraba.
Su celo brutal los llevaba a apresar a menudo a hombres que intentaban de verdad volver a incorporarse a sus batallones y que, en consecuencia, acababan formando parte de una misma unidad junto con rezagados y miembros de las Juventudes Hitlerianas que no contaban más de quince o dieciséis años y de los cuales algunos vestían aún pantalones cortos.
Para los soldados aún impúberes, se habían fabricado cascos de menor tamaño, aunque no en cantidades suficientes. Sus rostros tensos y pálidos apenas podían verse bajo los cascos que les caían muy por debajo de las orejas.
Un grupo de zapadores del tercer ejército de choque soviético que tenía la misión de
despejar un campo de minas se vio sorprendido por una docena de alemanes surgidos de una trinchera con la intención de rendirse.
De pronto, apareció un muchacho que se hallaba oculto en un búnker. “Llevaba puestas una larga gabardina y una gorra —recordaba el capitán Suljanishvili—.
Hizo una ráfaga de disparos con su metralleta, pero al ver que yo no caía, dejó caer el arma y rompió a sollozar, haciendo lo posible por gritar: Hitler kaputt, Stalin gut!.
Yo me eché a reír y le di un solo golpe en la cara. Pobres niños: me daban tanta pena...”.
Los más peligrosos de las Juventudes Hitlerianas eran a menudo los que habían visto sus hogares y a sus familias destrozados en el este a manos del Ejército Rojo.
Para ellos, la única vía posible parecía ser la de morir en la batalla después de haberse llevado consigo al mayor número posible de bolcheviques a los que tanto odio profesaban.
“Aquí tenéis a la dichosa Alemania”.
Casi todos los soldados soviéticos tienen bien grabado en la memoria el momento en que
cruzaron lo que había sido la frontera alemana antes de 1939.
“Salimos en formación de un bosque—recuerda el teniente superior Klochkov, que a la sazón se hallaba en el tercer ejército de choque—, y vimos una placa clavada a un poste que rezaba: “Aquí tenéis a la dichosa Alemania”.
Según entramos en el territorio del Reich de Hitler, los soldados comenzaron a mirar a todos lados con curiosidad.
Las aldeas alemanas eran, en muchos sentidos, diferentes de las polacas.
La mayoría
de las casas estaba construida de ladrillo y piedra, y en sus jardincillos crecían árboles frutales podados con gran esmero. Las carreteras eran buenas”.
Klochkov, como la mayor parte de sus compatriotas, no se hacía una idea de por qué los alemanes, “que no eran precisamente gente irreflexiva”, habían arriesgado tantas vidas prósperas y tranquilas para invadir la Unión Soviética.
Más adelante, en la misma carretera que llevaba a la capital del Reich, Vasily Grossman acompañaba a parte del 8º ejército de guardias, enviado desde Poznan con el fin de que marchase en primer lugar.
El departamento político había colocado pancartas al lado del camino en las que podía
leerse: “¡Temblad, fascistas alemanes! ¡Ha llegado el día del juicio!”.
El escritor se hallaba entre ellos cuando saquearon la ciudad de Schwerin y anotó con lápiz en una libretita todo lo que vio:
“No hay nada que no sea pasto de las llamas... Una anciana salta desde la ventana de un edificio devorado por el fuego... Los soldados saquean cuanto pueden... La noche está iluminada porque todo está ardiendo... En el despacho del comandante [de la ciudad], una mujer vestida de negro y con los labios muertos habla en un tono débil, casi en un susurro.
Con ella hay una niña que tiene cardenales en el cuello y la cara, un ojo hinchado y terribles magulladuras en las manos.
La ha violado un soldado de la compañía de señales del cuartel general, también presente; un hombre de rostro rechoncho y rubicundo y aspecto somnoliento. El comandante los está interrogando a todos”.
Grossman pudo ver asimismo “el horror que asomaba a los ojos de mujeres y niñas... Las mujeres alemanas están viviendo experiencias terribles. Un hombre culto relata con gestos expresivos y balbuciendo palabras en ruso que su esposa había sido violada por diez hombres ese día...
Las muchachas soviéticas liberadas de los campos de concentración también están sufriendo sobremanera. Anoche algunas se escondieron en la sala habilitada para los corresponsales. A mitad de la noche nos despiertan unos gritos: uno de los corresponsales no ha podido contenerse. Después de una animada discusión, se restablece el orden”.
El novelista anotó entonces lo que había oído acerca de una joven madre a la que no paraban de violar en el cobertizo de una granja.
Sus familiares acudieron para rogar a los soldados que la dejasen descansar a fin de que pudiera amamantar a su hijo, que no dejaba de llorar.
Todo esto sucedía al lado de un cuartel general y ante los ojos de los oficiales que se suponían responsables de la disciplina.
Antony Beevor - B e r l í n . L a c a í d a 1 9 4 5
lunes, 7 de abril de 2008
La Luna De Miel de Vera Wohlauf
El batallón 101 era comandado por el mayor Wilhelm Trapp que tuvo que sus órdenes dos capitanes y un teniente.
Uno de los dos capitanes era Julius Wohlauf,en 1936 había entrado en los SS, en 1938 era Teniente.
En 1940 fue enviado al Batallon 105 en Noruega y luego devuelto a pedido del Comandante por juzgarlo indisciplinado y presuntuoso.
En 1941 fue asignado al Batallon 101 con el rango de Capitan. En 1942 fue enviado a Polonia .
Julius Wohlauf fue tomado de sorpresa, había planeado casarse con su novia Vera, que estaba encinta,el 22 de Junio .
El comandante Trapp pudo conseguirle un permiso para casarse y viajo a Hamburgo para hacerlo el 29 de junio y regresar a tiempo para intervenir en la matanza de Jozefow.
Poco después el 101° se desplazo a Radzyn.Wohlauf decidio traer a su esposa para terminar la luna de miel que no había podido pasar serenamente por los requisitos del servicio.
Al amanecer del 25 de agosto 1942 el Batallon movilizo a los habitantes de Miedzyrzec con el objeto de su envío al campo de la exterminación de Treblinka.
La columna fue parada delante de la casa que Wohlauf y su esposa ocupaban.
Éstaba embarazada de cuatro meses.
El capitán subió a un camion acompañado de su esposa .Según testimonios iba abrigada con una chaqueta militar y un sombrero del marido.
Cuando la columna llegó a Miedzyrzec las operaciones fueron comenzadas. Wohlauf habia pedido a sus hombres matar en el lugar a los enfermos, viejos y a todos los que no podrían ser transportados hasta el ferrocarril.
El resto fueron concentrados en la plaza bajo un sol infernal con la prohibición para moverse.
Vera Wohlauf estaba en la plaza y observaba a las tropas golpear y matar a los judios.
Se habia quitado la chaqueta militar por el calor.
Un policía de la compañía atestiguó al proceso: "el día de la acción , vi con mis ojos a la señora Wohlauf en vestido tomar una caminata por la plaza de Miedzyrzec durante una hora ".
En un momento algunos niños judios no pudieron permanecer en pie,los policías los quitaron del grupo y les mataron a los tiros.
Algunas enfermeras de la Cruz Roja alemana protestaron, mientras Vera seguia mirando.
Ese dia 11.000 personas fueron deportadas y en la plaza quedaron los cuerpos de 960 personas.
En las próximas semanas, Vera Wohlauf que estaba embarazada, presenció varias ejecuciones al lado de su marido.
Después de las matanzas, los matrimonios se sentaban al aire libre, bebiendo, cantando y riendo y discutiendo las actividades del día.
Y así fue como Vera Wohlauf pasó su luna de miel junto a su marido.
Ser negro en la Alemania Nazi
Mahjub bin Adam Mohamed Hussein era un punto negro en medio de esas pálidas caras famélicas que, día tras día, y a la orden de los estridentes gritos de los oficiales de las SS, se alineaban en aquel frío patio del campo de concentración de Sachsenhausen.
Durante su cautiverio, sólo el color ébano de su piel le distinguía de los demás prisioneros. Pero no era el único negro.
Fue uno de los 30.000 africanos, antillanos y afroamericanos, que fueron deportados por los nazis a los diferentes campos de concentración. Y el primero en morir, en 1944.
Aunque el calvario de los negros se eclipsó por el mucho más documentado holocausto de los judíos, estas víctimas se distinguen del resto por la diferencia de trato que se les ha dado en la memoria de los crímenes contra la humanidad.
Majhjub nació el 22 de febrero de 1904 en Daressalam en la antigua Africa Oriental Alemana, también llamada Tanganica, la actual Tanzania. En realidad se llamó Bayume bin Mohamed Hussein y a los diez años empezó a trabajar de taquígrafo en su tierra natal en el seno de una empresa alemana.
Una vez desencadenada la Primera Guerra Mundial, se alista al ejército de la tropa colonial luchando a capa y espada a favor del ocupante alemán, y contra el invasor británico, circunstancia que no le impidió morir en las garras de una Alemania, ya nazi, a la cual había servido tres décadas antes con lealtad.
Tras pasar un tiempo como prisionero de guerra en manos de los vencedores, Majhub se embarca en varios navíos hasta llegar en 1929 a Berlín. Aquí encuentra su primer empleo de camarero en el legendario bar Haus Vaterland, el local más popular del Berlín de los años 30.
Dos años más tarde se casa con la alemana María Schwadner, de cuya unión nacen tres vástagos, Adán, Anne Marie y Bodo.
A pesar de que ya poseía la nacionalidad alemana, la llegada de los nazis en 1933 significa el despojo de la ciudadanía para todos aquellos alemanes de origen africano.
Comenzó entonces una época de persecución donde los matrimonios interétnicos son prohibidos, los niños negros se ven excluidos de las escuelas e, incluso, se procedió a esterilizar a las mujeres. En aquel momento, Alemania contaba con una población afro de 25.000 personas.
La difícil estabilidad política empeora su situación laboral y el cine se convierte en una alternativa gracias a que los nazis se obsesionan con la producción de películas de aventuras coloniales. Se trataba de engrandecer el mito alemán en la Africa de principios del siglo XX a pesar de haber perdido ya, a esas alturas, todas sus posesiones territoriales en el continente.
Por una vez le favorece la tez negra que le permite trabajar en varias películas como El Jinete de Africa Oriental Alemana o en Carl Peters, una de las cintas colonialistas propagandísticas más legendarias, que le brinda la oportunidad de compartir cartel con los grandes del cine alemán de la época como Hans Albers y Hans Leibelt.
En 1935 sus compañeros de bar le echan por motivos racistas. Esto impulsó su presencia en el cine participando en más de 20 cintas, actividad que compagina dando clases de suahili en un instituto de Berlín.
A partir de 1936, el Ministerio de Interior alemán decide impartir clases secretas al cuerpo de policía para prepararlo para la reconquista de las colonias en Africa del Este.
La Gestapo le detiene en 1941 por tener relaciones extramatrimoniales con una aria «con la que además tiene hijos». Es enviado en septiembre de 1941 a Sachsenhausen acusado de «ensuciar la raza alemana» donde morirá sin pena ni gloria el 24 de noviembre de 1944.
Su primogénito Bodo muere en un bombardeo y nunca se supo lo que pasó con su mujer ni con sus otros hijos. Su tumba se halla en el cementerio de las Víctimas de la Guerra y la Violencia de Berlín junto a las de otros miles y miles de compatriotas blancos.
Ahora, en un afán de sacar de la oscuridad la memoria de las víctimas negras perseguidas por los nazis, Alemania ha decidido conmemorar por primera vez en su historia la figura de un negro perseguido por el régimen nazi.
Para ello ha sido colocada una placa dorada en el pavimento, en sustitución del adoquín original, emplazado delante de la casa donde Mahjub vivió con su familia antes de ser deportado a Sachsenhausen, situada en la Brunnerstrasse 193 de Berlín.
Durante su cautiverio, sólo el color ébano de su piel le distinguía de los demás prisioneros. Pero no era el único negro.
Fue uno de los 30.000 africanos, antillanos y afroamericanos, que fueron deportados por los nazis a los diferentes campos de concentración. Y el primero en morir, en 1944.
Aunque el calvario de los negros se eclipsó por el mucho más documentado holocausto de los judíos, estas víctimas se distinguen del resto por la diferencia de trato que se les ha dado en la memoria de los crímenes contra la humanidad.
Majhjub nació el 22 de febrero de 1904 en Daressalam en la antigua Africa Oriental Alemana, también llamada Tanganica, la actual Tanzania. En realidad se llamó Bayume bin Mohamed Hussein y a los diez años empezó a trabajar de taquígrafo en su tierra natal en el seno de una empresa alemana.
Una vez desencadenada la Primera Guerra Mundial, se alista al ejército de la tropa colonial luchando a capa y espada a favor del ocupante alemán, y contra el invasor británico, circunstancia que no le impidió morir en las garras de una Alemania, ya nazi, a la cual había servido tres décadas antes con lealtad.
Tras pasar un tiempo como prisionero de guerra en manos de los vencedores, Majhub se embarca en varios navíos hasta llegar en 1929 a Berlín. Aquí encuentra su primer empleo de camarero en el legendario bar Haus Vaterland, el local más popular del Berlín de los años 30.
Dos años más tarde se casa con la alemana María Schwadner, de cuya unión nacen tres vástagos, Adán, Anne Marie y Bodo.
A pesar de que ya poseía la nacionalidad alemana, la llegada de los nazis en 1933 significa el despojo de la ciudadanía para todos aquellos alemanes de origen africano.
Comenzó entonces una época de persecución donde los matrimonios interétnicos son prohibidos, los niños negros se ven excluidos de las escuelas e, incluso, se procedió a esterilizar a las mujeres. En aquel momento, Alemania contaba con una población afro de 25.000 personas.
La difícil estabilidad política empeora su situación laboral y el cine se convierte en una alternativa gracias a que los nazis se obsesionan con la producción de películas de aventuras coloniales. Se trataba de engrandecer el mito alemán en la Africa de principios del siglo XX a pesar de haber perdido ya, a esas alturas, todas sus posesiones territoriales en el continente.
Por una vez le favorece la tez negra que le permite trabajar en varias películas como El Jinete de Africa Oriental Alemana o en Carl Peters, una de las cintas colonialistas propagandísticas más legendarias, que le brinda la oportunidad de compartir cartel con los grandes del cine alemán de la época como Hans Albers y Hans Leibelt.
En 1935 sus compañeros de bar le echan por motivos racistas. Esto impulsó su presencia en el cine participando en más de 20 cintas, actividad que compagina dando clases de suahili en un instituto de Berlín.
A partir de 1936, el Ministerio de Interior alemán decide impartir clases secretas al cuerpo de policía para prepararlo para la reconquista de las colonias en Africa del Este.
La Gestapo le detiene en 1941 por tener relaciones extramatrimoniales con una aria «con la que además tiene hijos». Es enviado en septiembre de 1941 a Sachsenhausen acusado de «ensuciar la raza alemana» donde morirá sin pena ni gloria el 24 de noviembre de 1944.
Su primogénito Bodo muere en un bombardeo y nunca se supo lo que pasó con su mujer ni con sus otros hijos. Su tumba se halla en el cementerio de las Víctimas de la Guerra y la Violencia de Berlín junto a las de otros miles y miles de compatriotas blancos.
Ahora, en un afán de sacar de la oscuridad la memoria de las víctimas negras perseguidas por los nazis, Alemania ha decidido conmemorar por primera vez en su historia la figura de un negro perseguido por el régimen nazi.
Para ello ha sido colocada una placa dorada en el pavimento, en sustitución del adoquín original, emplazado delante de la casa donde Mahjub vivió con su familia antes de ser deportado a Sachsenhausen, situada en la Brunnerstrasse 193 de Berlín.
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